EL JARRÓN DE LA ABUELA

(Propuesta: Escribir una carta o un mensaje a alguien diciéndole algo que resultaría difícil decírselo a la cara. Autora: ANTONIA G.A.)

                                       

                  Querida amiga:    

                 Voy a contarte algo que me resulta muy difícil decirte a la cara. ¿Recuerdas cuando me llamaste al móvil llorando a moco tendido porque te encontraste al gato de tu vecina Felisa en tu salón y el jarrón chino de porcelana,  que habías heredado de tu abuela, roto en el suelo? No te explicabas cómo se había podido colar el endiablado felino. Me jurabas que cuando te toparas con Felisa le ibas a estirar de los pelos.

                 Yo te convencí para que no le dijeras nada. A cambio, esa misma tarde, aprovechando que ella había salido para ir a cuidar a su madre, como todos los lunes, y que en su casa no había nadie, le rompiste el cristal del ventanal que da al deslunao con un pedrusco que yo te subí de la calle.

                 Veo que no estás satisfecha y que sigues con tu empeño de arrastrarla por el suelo  agarrándola por el pelo; y yo qué sé cuántas cosas me has dicho que vas a hacerle más.

                 Verás: vaya por delante que soy tu mejor amiga, que nos conocemos toda la vida, que hemos vivido muchas aventuras juntas desde niñas, que estuve en tu boda y tú en la mía, que...¡Que no, que no fue el gato de la vecina! Fui yo cuando entré a regarte las plantas ese mismo día para que las encontraras lozanas a tu regreso; le di, sin querer, con mi culo a tu jarrón cuando entraba del balcón y no llegué a tiempo de cogerlo antes de hacerse añicos en el suelo.

                 Fue entonces cuando vi al gato de Felisa caminando por la barandilla. Y tuve una idea; lo cogí y lo metí en el salón, asegurándome de que no fuera capaz de saltar y huir por la ventana, que dejé un poco entreabierta.

                 Me fui corriendo y, antes de llegar a mi casa, sonó mi móvil contigo al otro lado. Acababas de llegar de tu maravilloso viaje, desesperada y con ganas de elaborar salchichas de felino. Y menos mal que desististe cuando te recordé cómo está ahora la ley con lo del maltrato animal.             

                Me acabo de ir de viaje; como comprenderás no te voy a decir dónde. Te he dejado en tu correo una lista  larga de delitos y las penas que conlleva llevarlos a cabo; estúdiatela con calma y espero que estés más relajada a mi regreso.

 

                PD. Si te sirve de consuelo, nunca me gustó tu jarrón. Siempre me pareció                 horroroso cuando lo observaba, por mucho que me recordaras cada vez que iba a  tu casa, que era de porcelana fina.             

                        Espero verte pronto, sin sorpresas  ni mal rollito.

                                                                                          Adela, tu amiga del alma.  

               

                

                 

                


NORBERTO GARCÍA

(Ejercicio: Escribir una biografía o semblanza sobre un autor, conocido o inventado. Autor: ROBERTO AGUILAR) 

Norberto García nació en la aldea del Pontón en 1912. Tras ser detenido por el asesinato de varios infantes, aprendió a leer en la cárcel, donde desarrolló también un amor irrefrenable por la escritura. 

En sus últimos años de vida, el conocido como "Sacamantecas de Requena", escribió mas de un centenar de cuentos infantiles, de los cuales recopilamos los veinte mejores en este volumen que tienes entre las manos. Entre ellos, el poema “No toques eso que corta” o el cuento breve “Mi primer paseo solo por el monte.”

SÍ O NO (Sonia)

(Propuesta: Escribir un relato en el que, el protagonista que cada cual se invente, se encuentre una moneda que se le ha caído a alguien; la moneda no es de curso legal).

 La vida es una tómbola, ton, ton, tómbola, la vida es una tómbola, ton, ton, tómbola; cantaba Marisol, aquella dulce niña con cara angelical que con sus cantos y sus pizperetos ojos azules, tenía hipnotizada a media España en la década de los sesenta.

A mí siempre me había parecido una inocente criatura, víctima del aparato represor fascista. 

Ahora en cambio, lo veo todo claro. Marisol, esa pequeña hija de Lucifer a la que todos los padres españoles deseaban y con la que comparaban a su progenie, no era más que una pequeña bruja infernal que nos avisaba entre bailes epilépticos y muecas histriónicas, de que no somos dueños de nuestro destino.

Dejando de lado a la pequeña furcia de Satán, a la que siempre odiaré por hacerme creer de niño que la vida está llena de luz y de color, voy a contaros como la encontré, a ella, a esa otra pequeña e infernal criatura de plata y bronce que cambió el curso de mi vida.

Nunca he sido conocido por ser una persona impredecible, de esas que lo dejan todo por viajar a la India a encontrarse. Supongo, que la mezcla de heces, orín y demás fluidos corporales que brotan del Ganges, debe de ser como una especie de droga psicodélica que lleva al éxtasis a cualquier incauto occidental que se atreva a acercarse a su orilla:

- Mari cariño, hazme una foto así, con cara de metafísico posando al lado de este truño flotante. Quedará estupenda en mi perfil de Instagram.

Y ¡pum!, revelación mística al canto, compra de túnica reglamentaria y pasas de llamarte Pepe Tamarit a rebautizarte como Gurú Krishnabai Meher Baba. Y de ahí a beberte tu propia orina hay un paso. No, gracias. Para embriagarme de los diversos olores que desprende el ser humano ya tenía los urinarios del Tasca Gat los Viernes de Birra y Dardos.

Por eso agradecía la rutina en la que se había convertido mi vida el último año. Me sentía cómodo en ella.

Era uno de esos Viernes de Birra y Dardos en los que me disponía a soltarme un poco la melena. Me sentía muy animado; en la oficina se hablaba de posibles ascensos y mi nombre estaba entre ellos. Me lo merecía, no por lameculos como la mayoría de los que optaban al premio, sino porque había trabajado duro para conseguirlo, renunciando a muchas cosas esenciales de la vida de las que yo consideraba que un triunfador debía tener.

Había pospuesto la boda con Tamara, con el riesgo que ello suponía de que mi novia se cansara de mis largas y me mandara a la mierda. Apenas veía a mi familia; los fines de semana los pasaba encerrado en la oficina haciendo horas extras entre balances y asientos.

Solo me quedaban los viernes, ese momento era sagrado; mi pequeño oasis de cebada y malta. Quizás por ese motivo, decidí retrasarme un poco en llegar a mi cita semanal. Esa incipiente alegría, que me proporcionaba mi posible ascenso, me animó a cambiar la ruta a la que estaba acostumbrado y desviarme para ver la magnífica catedral gótica de la ciudad. Me tenía fascinado.

Me quedé pasmado delante de su pórtico, siempre vacilaba antes de entrar, como si no fuera digno de ella y esperase el permiso de un ente sacro que me invitara a entrar. Si no fuera porque se a ciencia cierta que la mantienen limpia diariamente y que esto no es la India, pensaría que de su interior emanan las mismas sustancias psicodélicas del Ganges que lo convierten a uno en un zombi místico.

No me dio tiempo a tocar la puerta, una anciana se adelantó y abrió el pórtico con una fuerza extraordinaria, digna de admirar para su avanzada edad. Me miró con unos ojos azules muy juveniles y me sonrió mientras sujetaba la puerta cediéndome el paso. Por un momento pensé que era el ente sacro que esperaba a que me invitara a pasar.

Quise agradecerle el gesto con una frase algo más larga que un simple gracias, pero la anciana soltó el portón y comenzó a correr zarandeando su bolso frenéticamente de un lado a otro haciendo volar los objetos de su interior.

Varias personas nos agachamos para recoger el batiburrillo de cosas que se habían desparramado por varios metros del suelo de la catedral, cuando de pronto la vi, brillante, aun girando sobre sí misma como una peonza.

Un miedo atroz a que otro de los recogedores se adelantara y me la arrebatara hizo que me lanzara a por ella patinando sobre el pavimento, haciendo equilibrios para no caer de morros sobre la pila de agua bendita.

Miré a mi alrededor buscando a la anciana, el resto de los integrantes que formaba la patrulla de buenos samaritanos hizo lo mismo. La vieja no estaba, se había esfumado. No pareció importarle la pérdida de sus enseres, aunque mirándolos bien, carecían de valor. El batiburrillo lo formaba una caja de caramelos de miel, varias estampitas religiosas, un pañuelo usado digno del Ganges y un abanico. Todo muy acorde a una señora de su edad, excepto por el objeto que yo escondía receloso.

Una joven se ofreció a llevarlo todo a la recepción por si la anciana volvía a por ellos. No sé por qué no se la di, la apreté fuertemente en mi mano para evitar que fuera vista y, en cambió, metí en la bolsa de plástico que hizo circular, uno de los dos caramelos de miel que había recogido del suelo. El otro me lo reservé para quitarme el mal sabor de boca que me había dejado mi comportamiento.

Salí de la catedral.

Aunque me moría de ganas de abrir la mano y ver el objeto que había hecho que me comportara como un vil ladronzuelo de novela de aventuras, no me atreví, me sentía observado, seguramente era una alucinación provocada por el subidón de adrenalina. Me dio la risa al ser consciente de que algo tan patético, como robarle una baratija a una vieja, me estuviera haciendo sentir como el peor de los villanos; así de aburrida era mi vida. No le di más importancia a la situación, guardé el objeto en mi bolsillo y seguí el camino hacia mi oasis.

De la máquina de dardos colgaba el cartel de fuera de servicio; teníamos que buscar otra forma de entretenernos ese viernes. Mientras la cuadrilla iba proponiendo burradas a cuál de ellas más gorda, reparé en el objeto que había guardado en mi bolsillo un par de horas antes y al cual aún no conocía.

Me fui al baño para tener un poco de intimidad; aún conservaba un poco de esa vergüenza que me había generado mi comportamiento en la catedral y quería evitar dar explicaciones a mis colegas. De todas formas, me tenían por una persona muy sensata, tampoco me hubieran creído.

¿Recordáis la atracción que sentía Frodo Bolsón hacia el anillo? Pues eso fue lo que sentí cuando la vi. Ni cuando Tamara se desnudó ante mí por primera vez tuve esa atracción, y os aseguro que Tamara es lo más parecido a una viagra de carne y hueso que existe. Era una moneda de plata con el borde de bronce. En una de las caras había inscrita la palabra “SI” sobre una pirámide con algo de relieve que contenía un ojo dentro. En el reverso, se apreciaba un esqueleto con los brazos cruzados sobre la palabra “NO”. No había fecha, ni ningún otro dato que revelara de dónde procedía ni para que servía.

No sé el tiempo que pasé observándola, pero debió de ser mucho. Solo conseguí salir del trance al que me tenía sometido cuando César, aporreó la puerta preguntándome si estaba bien y si tenía que llevarme a urgencias para que me cosieran el ojete.

Mientras yo había estado embobándome con mi tesoro (sí, ya se que es la segunda referencia que hago al señor de los anillos, pero es que en ese momento ya había comenzado mi metamorfosis a Gollum), Jaime había estado ideando la forma en que pasaríamos la velada.

El juego consistía en una especie de ¿quién es quién? sobre los parroquianos de la tasca. Cada uno de nosotros escogeríamos al azar a un cliente y el resto tendría que adivinar de quien se trataba. Si acertábamos la pregunta beberíamos un chupito gratis y podríamos hacer otra consulta, si no la acertábamos, tendríamos que pagar un chupito como prenda. El ganador de cada ronda se llevaría, además de una señora cogorza, diez euros. Esa noche la tasca estaba abarrotada, así que no sería fácil acertar.

Empezaron haciéndome a mi las preguntas. Escogí a una pelirroja llamativa que no pasaba desapercibida así, las probabilidades de que acertaran serían altas. Si no jugaba no bebía y esa noche el cuerpo me pedía alcohol:

Jaime: ¿Es una mujer?

Yo: Sí. Bebes.

César: ¿Es morena?

Yo: No. Pagas.

Víctor: ¿Es rubia?

Yo: No. Pagas.

Jaime: ¿Es pelirroja?

Yo: Sí. Bebes.

César: ¿Tiene las tetas como las calvas de dos gemelos rusos?

Yo: Sí. Bebes.

César: ¿Es la Dama de las Mamellas sentada en la barra?

Yo: Bingo y premio para el señor.

En la siguiente ronda de quince preguntas, solo fui capaz de acertar una. El ánimo y el dinero iban menguando. Mis amigos ya olían a destilería yo en cambio, tenía la sangre más limpia que un nefrítico recién salido de su sesión de diálisis.

La cabrona sabía lo que estaba pasando, quizás por eso esperó a sentir mi bajón para empezar a palpitar en mi bolsillo; quería que la sacara. Instintivamente la extraje y empecé a hacerle las preguntas a ella, me resultaba muy natural el procedimiento, como si siempre la hubiera tenido conmigo.

Mis amigos, parecían no ser conscientes de mi treta, seguramente por el estado de embriaguez en el que estaban. Era como si solo yo pudiera verla. La maniobra era sencilla: hacía la pregunta, lanzaba la moneda al aire y dependiendo de lo que me contestara, volvía a repetirla o a reformularla. Nunca fallaba.

Mientras yo iba ganando ronda tras ronda y sintiéndome el puto amo, mis colegas iban perdiendo las ganas de seguir, ya que el resultado del juego se había vuelto predecible. Así, a la séptima partida decidieron dar por finalizado el juego y yo di por concluido mi Viernes de Birra y Dardos. Guardé mi joya en el bolsillo, me despedí con aires de grandeza y salí dando tumbos del local. Iba muy borracho.

Al salir, el aire frío me devolvió a la realidad, bajándome del pedestal al que la moneda me había subido y recordándome que, al día siguiente, seguiría siendo el mismo mindundi que se las veía putas para conseguir un ascenso de mierda.

Al recién bajón, se unieron una serie de arcadas que hicieron que todavía sintiera más asco por mí. Cuando de nuevo, otra vez el palpitar en mi bolsillo. Debió sentir mi estado de agonía y quería salir para recordarme que, con ella a mi lado, todo iría bien.

¡Qué narices! Si gracias a ella, esa noche había ganado 50€ y un montón de chupitos gratis, ¿qué no podía conseguir si sabía bien como utilizarla?, ¿un pleno al quince? ¿el euro millón?

Adiós al curro de mierda. Por fin podría darle a Tamara la boda que se merecía, viajar por el mundo, vivir sin preocupaciones...

Y todo se lo debía a esa hermosura de plata y bronce. Cuanto más la miraba mas belleza le encontraba. ¡Como brillaba! La luz emanaba de su interior y cada vez era más grande, más inmensa...

Tan ensimismado estaba con el objeto diabólico que no me di cuenta de que un coche se aproximaba a gran velocidad hacia mí. Ni siquiera fui consciente de sus focos cegadores hasta que los tuve encima. Mis ojos desorbitados, alcanzaron a ver a una anciana que bajó del coche, se acercó a mí y me arrebató la moneda. Me dio las gracias por habérsela cuidado mientras me sonreía con su mirada azul, juvenil y familiar.

Subió al coche para dar marcha atrás y pasar lentamente por mis costillas. Lo último que alcancé a escuchar, aparte del crujir de mis huesos, fue un pegadizo soniquete que salía del vehículo...

La vida es una tómbola, ton, ton, tómbola, la vida es una tómbola, ton, ton tómbola, de luz y de coloooooor, de luz y de coloooooor...

SOLEDAD (Antonia G.A.)

 Tenía las manos entumecidas. Un frío paralizante recorría todo su cuerpo. Abrió el paquete de

café, uno muy especial que le regaló uno de sus hijos un día, hace tiempo, cuando volvió de un

viaje de Colombia, y pasó un momento a verla.

Con los dedos temblones, llenó el depósito de la cafetera derramando parte de la carga sobre

el mármol de la encimera. Esa cafetera también fue un regalo de otro de ellos; había sido el

mayor, creía recordar, un día que pasó un instante a verla, hacía tiempo también.

Añadió un tronco de leña a la chimenea para avivar el fuego.

El sol de esa mañana calurosa de agosto se elevó por encima de la casa de enfrente, y sus

rayos penetraron a través de los cristales iluminando toda la estancia. Se sentó en el sillón junto a

la ventana, cogió la taza calentita envolviéndola con sus manos. A pesar de sentir algo de alivio,

se preguntó por qué, ya sin motivo aparente, su cuerpo continuaba congelado. Aunque en el fondo

sospechaba que, tal vez, lo que sentía y no lograba eliminar por mucho empeño que ponía, tuviera

otro nombre.

TRECE CAMPANADAS

(Propuesta: "Escribir un relato en el que alguien escucha a las doce de la noche trece campanadas en lugar de doce. Autora: MIRASA)


Como cada noche Alex lee hasta que el viejo reloj del ayuntamiento da las doce. Cuando era pequeña solía hacerlo con su abuela las noches de verano. Ahora que ha vuelto a vivir al pueblo ha empezado hacerlo de nuevo.

A la hora indicada, el viejo reloj comienza a dar las campanadas. Una, dos, tres, cuatro... empieza a contar Alex, diez, once, doce y trece...

¿Trece? No puede ser, seguro que su mente le ha jugado una mala pasada, eso es, seguro que el vino se le ha subido a la cabeza. Se va a dormir.

Al día siguiente en el mercado todo el mundo cuchicheaba unos con otros. Parecía que Alex no era la única que había escuchado las trece campanadas. Al llegar al puesto de Paqui puedo escuchar mejor lo

que había ocurrido. La fábrica de calzado había sido asaltada durante la noche. Eso es lo que cuchicheaban, pero nadie parecía haber oído nada raro por la noche. El resto del día paso sin más novedad, hasta que llegó el momento en que el reloj debía dar las doce. 

Alex volvió a oír trece. Pensó que seguramente estaría roto, así que siguió sin darle importancia.

De nuevo al día siguiente todo el pueblo estaba consternado. Alex no se atrevía a preguntar o hacer comentarios sobre que oía trece campanadas, por si la tomaban por loca.

El bar de Pepe estaba cerrado, era raro, porque Pepe y Angelita siempre estaban ahí al pie del cañón. Al acercarse un poco más entendió por qué. Se había incendiado.

Por la noche volvieron a sonar trece campanadas. Esta vez ya ni le dio importancia. Y de nuevo paso algo, la presa se rompió, por suerte había sido un año de sequía y no estaba muy llena, por lo que no causó daños importantes.

Siguió ocurriendo lo mismo durante los siguientes días, concretamente durante diez más. Cuando el reloj tenía que dar las doce en vez de doce sonaban trece campanadas, y luego algo pasaba.

El cuarto día desapareció el rebaño de Cosme. El quinto, apareció un surco en los campos de patatas. El sexto, el río que presumía de un buen caudal, a pesar del año de sequía, amaneció completamente seco. El séptimo, siete grietas atravesaron el pueblo. El octavo, se marchitaron los campos de margaritas. El noveno, se derrumbó el nuevo ayuntamiento, que apenas llevaba un mes en pie. El décimo, el panteón familiar de los “Sáez Mariscal” la familia más importante e influyente del pueblo apareció completamente desmantelado, no dejaron ni la dentadura de Doña Brígida. El undécimo, el pueblo se quedó sin suministros de luz y agua, aunque no había ningún problema en las instalaciones. El duodécimo, cayó un aguacero como hacía años, tanto era así que sólo Visitación, la más anciana del pueblo, que tenía ciento diez, lo recordaba. El decimotercero, la iglesia amanecía completamente en ruinas, sólo la imagen de la Virgen del altar se había salvado.

Tras los trece días, el reloj volvió a dar doce campanadas y el pueblo dejó de sufrir acontecimientos más allá del día a día. Alex sabía que eso no era normal, que algo raro había pasado. Cuando llegó al pueblo estuvo ordenando las cosas de su abuela. Recordó que había visto unos viejos diarios que su abuela había escrito. Buscó el del año 1913, por aquello del aguacero y que sólo Visitación lo recordara, ya que de seguir viva su abuela, tendría ciento doce años.

Leyendo descubrió lo que ya sospechaba; no era casualidad todo, estaba relacionado. Su abuela había escrito sobre cosas inexplicables que pasaron en el pueblo aquel año. Investigó un poco más y descubrió que cada cien años, coincidiendo con los años acabados en trece, había sucedido exactamente lo mismo. Durante trece días sonaban trece campanadas y sucedían cosas malas, cómo catástrofes, robos, incendios etc. en el pueblo.

ODA AL PAPEL HIGIÉNICO

 (Ejercicio propuesto: "Describir un objeto sin nombrar dicho objeto". Autor: Roberto Aguilar

 

Amigo inseparable que tu dignidad sacrificas por nosotros. Tan fuerte y al mismo tiempo tan frágil; de deshacerte y arrugarte no te avergüenzas, pues ese es tu destino.

Tan noble eres y en ti nadie piensa hasta que faltas, pues si no te encuentra el desdichado, quisiera morir si se haya acuclillado.

EL CASO DEL CITROEN ROJO

(Propuesta: ejercicio sobre personajes. Autora: Teresa Valero)


Conducía atento al tráfico cuando el costado empezó a latir de nuevo. 

Apenas había desayunado. Llevaba dos semanas con dolores intermitentes, reacio a ir al medico llevaba en el bolsillo de la camisa un blister de pastillas que palpó sobre su pecho, era capaz de tragarlas sin agua, pero quizá no fuera necesario. Según un testigo, un pequeño Citroen rojo estuvo toda la mañana del sábado aparcado en el camino de acceso a la casa de la víctima. Era una pieza de un puzzle que para el subcomisario Robles todavía no tenía sentido. 

Circulaba despacio, miró la casa como si no la hubiera visto nunca. Dos inmensas columnas sujetaban un ala del tejado que daba sombra a todo el frente de la casa, , de paredes blancas dos inmensos ventanales flanquean la puerta, estos como las ventanas y la puerta trasera estaban perfectamente cerrados desde dentro. Las blancas paredes de la vivienda contrastaban con la negra pizarra del tejado, se fijó que todas las viviendas de la calle tenían el césped cortado a cinco centímetros, los setos de flores dispuestos de forma tan uniforme hablaban de unas estrictas normas paisajistas. Apretó el costado contra el asiento mientras observaba la casa de la testigo, de no ser por el toque de color de las violetas en el seto de las consabidas rosas seria exactamente igual que todas las demás 

¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? 

Antonia había encontrado a la señora Ramírez casi muerta, esposada desnuda en su propia cama, cuando se recuperase, Miguel estaba seguro de ello, tendría que darle las gracias La mujer había decidido adelantar su día de trabajo pensando que sus jefes estaban de viaje. Hizo los baños a fondo y limpió las lámparas del comedor; en la cocina solo le extrañó encontrar un plato de comida mohosa en el microondas, pero lo atribuyó al habitual despiste de su jefa y amiga Raquel. 

Pensando en Raquel con su marido en Wisconsin, Antonia sonreía segura de que le traería algún detallito, quizá un imán para la nevera, a las dos les gustaban esas tonterías, era su forma de decirle "también me he acordado de ti".

Se heló la sonrisa en sus labios al abrir la puerta de la habitación. El olor la golpeó antes de ser consciente de lo que vislumbraba a la poca luz que dejaban pasar unas tupidas cortinas marengo. Encendió la luz, se tragó el asco y se acercó a tomarle el pulso. Estaba viva. 

Llamó una ambulancia y se apresuró a asearla, a mojarle el rostro con una toalla húmeda.... no reaccionaba, y con toallas y jabón limpió su cuerpo. No supo quitarle las esposas, de eso se ocuparon los de la ambulancia mientras la médico la atendía. 

Fue desde el hospital ante un posible caso de maltrato que le llegó el aviso. En el pasillo con un vaso de café en una mano temblorosa, Antonia respondió a sus preguntas. Declaró que, como siempre, llamaba al timbre antes de meter la llave en la cerradura, que al entrar dijo un hola lo suficiente alto para que se oyera en toda la casa, supuso que Raquel había salido de compras, o quizá al gimnasio, puso la cafetera y tiró un plato de comida mohosa que empezaba a cobrar vida en el microondas, no le dio importancia, lo atribuyó a la ya habitual falta de memoria de su amiga. Limpió el comedor y los baños antes de entrar en la habitación. 

—No, no había encontrado nada fuera de lo habitual hasta abrir aquella puerta. 

Según la secretaria del señor Ramírez, este salió en el vuelo a Nueva York el viernes a las ocho de la tarde, a las seis lo recogió un chófer de la empresa y le llevó directamente al aeropuerto. 

—Sí. El Señor Ramírez llego por la mañana con una maleta de cabina y su maletín. 

El Señor Ramírez recibe la noticia perplejo, absorto en su trabajo anunció a su esposa que se adelantaba el viaje un día por Whatssapp, al no recibir respuesta pensó que estaría enfadada y con razón y como no le apetecía discutir... Le había comprado una joya, pensaba disculparse a la vuelta. Encendió un cigarrillo y se dirigió a darle un vistazo a la casa mientras hacia tiempo para ir al hospital, La mayoría de los vecinos pasan el fin de semana fuera, tendrá que volver mas tarde, el Citroen rojo molesta en este raro asunto. 

Un solo testigo, una anciana que se pasa el día sola, viendo telenovelas y espiando los movimientos de la calle a través del visillo. 

Sale del coche y se estira apoyando las manos en los riñones, le da la sensación de que la zona está mas caliente, siente un latido de vez en cuando, algo perfectamente soportable. Observa detenidamente el camino de entrada, busca la palabra en su cabeza ¡Impoluto!, ni un pelo de gato hasta la puerta de entrada. 

Decide volver al hospital, quizá la Señora Ramírez haya despertado. Sesenta y tres años de buenas comidas la han hecho sobrevivir al hambre, a las luxaciones de hombros y a la rotura de ambas muñecas; se recuperará con el tiempo, no tiene otras heridas que las producidas por ella misma al intentar soltarse y no hay indicios de abusos. 

Es su mente lo que preocupa al médico, la falta de agua, el miedo, pasar varios días sobre sus propios excrementos necesariamente la han afectado. Promete llamarle en cuanto despierte y sale del hospital con la mano en el costado, al darse cuenta la retira y se la pasa por una calva tan morena como su rostro, la barba salpicada de manchas blancas le hace mayor. No le importa, hace tiempo que no le interesa interesar. Si eliminamos el coche rojo de la ecuación solo nos queda Antonia. Decide comer algo y esperar a la hora de comer para encontrarla en su casa, a los vecinos les visitará por la tarde, después de la salida del trabajo. Mastica lentamente un cruasán mientras se enfría el poleo, podría ir al médico, tiene tiempo, sabe que le atenderán aunque tenga que esperar un rato. Pero tiene pastillas, y si va es eso lo que le van a mandar. Y si se lía la cosa igual terminan metiéndole un dedo en el culo y eso ¡no!, otra vez la misma historia. 

Decide volver a visitar a la vieja del visillo como la llama en su mente. Quizá haya recordado algo más. Miguel acude al hospital tras recibir la llamada que estaba esperando. Cree saber lo ocurrido tras comprobar que la pieza disonante, el coche rojo no tuvo nada que ver. Raquel Ramírez lloraba en silencio su falta de memoria acompañada de su fiel amiga Antonia. Tras leer cincuenta sombras de Grey decidió revitalizar su matrimonio. Compró un kit de Bondage por Internet. La boa de plumas proporcionaba una sensual caricia, a conjunto y también en negro dos antifaces y un látigo, y la estrella del conjunto, unas esposas forradas de plumas de Caribú que se puso para recibir a su esposo el viernes a las siete de la tarde. Se quedó traspuesta esperando, había oscurecido cuando despertó y tenia ganas de orinar. Con fastidio recordó entonces que su marido la había avisado aquella misma mañana de que se había adelantado su vuelo. Maldijo su mala memoria. Quiso entonces quitarse las esposas. 

—¿No se le ocurrió leer las instrucciones? En el libro parecía tan fácil...

El subcomisario Miguel Robles saca dos pastillas y las traga sin masticar. Un simple accidente doméstico provocado por la estupidez ¿lo pondrá así en el informe? En la puerta del hospital enciende un cigarrillo pensando en la estupidez ajena mientras exhala con placer una profunda calada.

(Ejercicio propuesto: "Escribe una carta a tu yo de niño/a. Dos respuestas: Antonia G.A. y Mirasa)

                                                                NUESTRO MUNDO

                                                          TU FUTURO, MI PRESENTE

                                                                   (ANTONIA G.A)

Querida niña:

Me han dado la oportunidad de comunicarme contigo. Voy a aprovechar la ocasión y te daré así unas breves pautas a seguir; a pesar de que, puede que por mi tendencia al pensamiento científico, siempre he preferido con mi esfuerzo, aprender por el descubrimiento propio.

En un futuro, casi nada será como tú te lo imaginas ahora. Aunque, que tampoco te importe demasiado. Me gustaría prevenirte de muchas cosas, pero no lo haré. Es bueno que lo vayas experimentando por ti misma. Disfruta del presente sacando lo mejor de él. Intenta cumplir tus sueños, tus iniciativas. No aparques para más adelante las ilusiones que tienes; el momento de llevarlas a cabo es “YA”. Estaría bien que contribuyeras, dentro de tus posibilidades, a que el mundo sea un poco más justo, siendo fiel a tus ideas. Intenta ser una mujer independiente. No te dejes llevar por cualquier ventolera que venga de la sociedad, te aseguro que te toparás con unas cuantas. Analiza las situaciones y sigue tu instinto, creo que te beneficiará; de hecho, cuando he dejado de hacerlo me ha ido mal. Y sobre todo, no hagas nunca nada que no quieras hacer en tus relaciones con los demás.

A pesar de todo te equivocarás en más de una ocasión; crece con cada uno de tus errores y aprende a manejar las situaciones difíciles que te surjan. Y ríe, ríe mucho, ríe con todas tus fuerzas siempre que puedas.

Sea como fuere, recuerda: Estamos inmersos en el Gran Teatro del Mundo, en el que, como decía Calderón, Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

PD. Espero que te den a ti también la oportunidad de poder contestarme.

Un abrazo:

Tu posible, de ti depende.


CARTA A MI YO DEL PASADO

(MIRASA)

Querida Miniyo: 

No te desanimes encontraremos lo que nos hace feliz. El camino no será fácil, pero créame merecerá la pena. Todo lo que hoy crees imposible, verás que no es tan difícil. Aunque pienses que ya nada te queda, verás que sí. Volverás a sonreír; cumplirás sueños y objetivos; conocerás gente increíble que te hará mucho bien, y te hará ver de nuevo la luz que hoy te falta.

La vida merece ser vivida pequeña, aunque ahora sea todo oscuridad las cosas mejoraran, te lo garantizo. Llevará tiempo y esfuerzo, habrá alti-bajos, pero un día encontraremos el equilibrio de nuevo. 

Ten paciencia con mamá y cuida del tete; ellos te necesitaran tanto como tú ellos, y como yo sigo necesitándolos ahora. Recuerda siempre las palabras de papa; eres más valiente de lo que crees, más fuerte de lo que pareces, y más lista de lo que piensas.

 Mucho ánimo, estoy orgullosa de todo lo que conseguirás.


NI UNA COSA MÁS

(Ejercicio con frase de inicio establecida: "Una maleta se enfurruña con su dueño". Autora: Antonia G.A.)


Una maleta se enfurruñó con su dueño cuando, una vez ya cerrada con mucho esfuerzo, quedó en un estado que más que una valija parecía un globo; se disponían los dos a salir de viaje. Había llegado rodando empujada con esfuerzo hasta la puerta de la casa. Pero antes de salir, hizo saltar los cerrojos y, abriéndose de golpe, comenzó a expulsar por los aires varias camisas, cuatro pares de pantalones, dos bolsas de aseo, dos pares de zapatos, zapatillas de varios tipos, un secador; que su dueño cogió al vuelo antes de que se estrellara en el suelo… Al llegarle el turno al ordenador, la maleta paró en seco, se quedó pensando un instante y, en lugar de lanzarlo, hizo un movimiento que provocó que se abriese la tapa.

Carlos se acercó conteniendo la respiración y leyó estupefacto lo que de pronto apareció en la pantalla. A partir de ese momento y en sus sucesivos viajes (solía viajar con frecuencia), se ciñó a colocar en el interior de su vigilante amiga y compañera la lista de objetos que ella le había mostrado en la pantalla del portátil, seguida de una buena reprimenda que le disuadió para siempre de los “por si acaso”.


LA VENTA DEL OLVIDO

(Ejercicio de descripción. Autor: EL QUINTO VARÓN)


 A unos dos kilómetros del pueblo había una Venta junto a la carretera nacional, donde los carruajes que pasaban solían hacer noche allí (aún se conserva el caserón, pero no como Venta, sino como casa particular). El trayecto que quedaba hasta la Ciudad era de una jornada, La Venta era un edificio antiguo, con un patio interior grande, con unos arcos que daban a las cuadras. Otros arcos daban a un gran comedor. Sobre el comedor estaban los dormitorios. En la parte izquierda había una capilla con la imagen de Santa Ana. Frente a la ermita, en la parte derecha, había un pozo con un abrevadero al lado. Los viajeros menos pudientes desenganchaban los carruajes en el gran patio exterior, pasaban las caballerías y lo primero, en el abrevadero, bebían agua los animales y luego en la cuadra le echaban pienso. Y lo primero a cenar en el gran comedor, bajo la luz de los candiles. Luego los más pudientes, pasaban la noche en un dormitorio, a veces solos, a veces acompañados, y los que tenían menos posibilidades. en la cuadra, en el pesebre, con la única compañía de las caballerías. 

La Venta era regida por una familia. El marido se llamaba Vicent y la mujer Vicentica, pero todo el mundo le decía Tica. Tenían tres hijas llamadas Conchi, Paqui y Roseta. Además tenían dos empleadas más, llamadas Josefina y María.

No obstante, la Venta era propiedad de una señora rica que vivía en el pueblo de al lado, y solamente iba los domingos a ser informada de su funcionamiento .

La Venta tenía todos los servicios, tanto del cuerpo como del alma. Los domingos iba el cura del pueblo a

celebrar la Santa Misa, a la que prácticamente solo asistía la dueña y los demás empleados.

EL COMERCIAL (Roberto Aguilar)

 Como cada mañana se levanta pronto y con el pie derecho. Lava su cara, peina sus canas y se pone el traje de combate. Se ajusta la corbata frente al espejo. Desayuna café con una tostada de tomate rayado poniendo mucho cuidado para no derramar ni una pizca de sal fuera, ha de asegurarse de mantener su suerte en niveles altos. Lava sus dientes y vuelve a mirarse en el espejo. Se siente un poco mareado y tose; ayer no reparó en coger la bufanda, pero un pequeño resfriado no lo parará. Nada le para nunca. 

    Coge la maleta llena de catálogos, muestras y formularios y se dispone a salir, no sin antes, por supuesto, hacerse la última revisión de etiqueta frente al espejo de cuerpo entero del recibidor. La madera del marco de la puerta le sirve para dar sobre ella un pequeño golpecito con los dedos cruzados. Se concentra en el sonido de las llaves al darle la segunda vuelta a la cerradura.

    El recuerdo de ése tintineo es su espada contra el monstruo que puede llegar a ser la ansiedad por no recordar más tarde si ha cerrado bien la puerta.

    Baja el primer escalón también con el pie derecho, como debe ser. A la altura del cuarto piso tose fuerte y, por el segundo, se mete un caramelo de menta a la boca. Será suficiente, no le gusta usar medicamentos.

    Ya a la entrada del bloque le llama la atención un objeto metálico que no debería estar ahí. Al acercarse y agacharse descubre que es una moneda. La recoge sin pensarlo ni un instante. Le gusta el color cobrizo así como los símbolos y letras que la decoran, aunque no entiende el idioma ni reconoce el país al que pertenece lo que debe ser un escudo. Igualmente, la cara serigrafiada al otro lado tampoco le resulta familiar. Se alegra de haberse encontrado una moneda con la que aún no contaba en su amplia colección. Piensa que no se puede empezar el día de mejor manera.

     Pero ahora es momento de centrarse en el trabajo, se dice, así que guarda la moneda y decide que debe olvidarse de ella hasta el medio día que vuelva a casa.

     La primera parada es el bar de Carlos. Allí tomará el segundo café. No lo necesita en absoluto, pero no es el café la razón para ir allí. Tiene varias misiones que cumplir. La primera y más importante es dejarse ver. Un comercial ha de estar presente en el recuerdo diario de todos sus potenciales clientes. También ha de leerse los titulares de los periódicos que Carlos deja cada mañana sobre la barra; una conversación de calidad sobre la actualidad bien puede traducirse en una venta.

     Pasa allí media hora y sale totalmente decepcionado. Todos aquellos a los que ha saludado, habituales o no, le han respondido con frialdad y distancia. No ha logrado mantener una conversación con nadie, ni siquiera con Carlos, quien cada día desde siempre se muestra muy dispuesto a dedicarle unos minutos de charla entre pedido y pedido. Hoy ha estado seco y huidizo.                                                                                    De pie a la puerta del bar cierra los ojos un momento y deja que el sol caliente su frente. Respira hondo y se dice a si mismo que es martes, y ya se sabe que los martes son días malos para la gente que no vive con una actitud positiva. Sabe que, por norma general, las personas no se trabajan la actitud diaria, lo que les hace tener el humor por los suelos y lo acaban pagando con los demás. Él no puede permitirse ese error. Se recuerda a si mismo que puede con todo, lo magnético que es a pesar de su edad y se lanza a caminar en dirección sur, donde están los bloques con más viviendas de la ciudad. Toma otro caramelo de menta para contener un amago de tos que no llega a producirse.

     Por el camino ninguno de sus saludos son devueltos con la simpatía habitual a pesar de su más que amable y estudiada sonrisa. Al contrario, el silencio por respuesta cuando no una cara de desprecio.

    Antes de entrar al primer bloque y comenzar el trabajo de verdad se inclina cerca de un coche aparcado para mirarse en el retrovisor. Su cara ocupa todo el espacio y mirándose a los ojos se dice que es un lobo, un zorro, un halcón, un tiburón y que va a comerse la mañana.

     Dos horas, tres caramelos de menta y cuatro bloques después, se sienta derrotado en el banco de un parque cercano a reflexionar sobre lo sucedido. No recordaba que nunca en su carrera llegara la hora del almuerzo sin hacer una sola venta o al menos un compromiso para una posterior visita más larga. Aquellos que le abrieron la puerta se la habían vuelto a cerrar en cuestión de segundos. Varios de ellos, incluso, de manera muy desagradable. Mira su calendario de bolsillo: es martes día quince. Ése número  no supone ningún peligro. Se siente un poco aturdido, pero cae en la cuenta de que al menos, gracias a los caramelos de menta, no ha vuelto a toser desde que salió de casa. El resfriado no podría con él.

     No almuerza nada. Sin resultados su estómago no se abre, por lo que decide comenzar con el segundo intento. Más puertas, más timbres, más golpes de nudillo sobre la madera. Y los mismos resultados. Está totalmente vencido y no lo entiende.

    Jamás hasta hoy ha tenido un día en blanco. Ni una venta, ni una visita agendada. Sólo rechazo, deprecio, miradas que se apartan rápido para no volver y puertas que se cierran rápidamente.

     Sentado en el portal del último bloque visitado repasa la jornada mentalmente; ha actuado como siempre, ha intentado incluso sus entradillas más divertidas y, además, está seguro de que no se ha cruzado con ningún gato negro, no ha pasado por debajo de escalera alguna y ha evitado todos los bloques y puertas número trece. Nada ha escapado de su control, a menos que...

                                                                                                                                

Alterado, saca del bolsillo de la chaqueta la moneda que encontró. Tiene que haber sido su culpa. Debió ignorarla y dejarla donde estaba. Sucumbir a la curiosidad y al amor filatélico lo había condenado a la mala suerte; seguramente existía alguna norma desconocida por él respecto a las monedas. Quizá recoger una moneda extraña o poseer ésa en concreto era causa de infortunio. Cada segundo que pasa está más seguro de ello, no puede haber otra explicación. Decide ponerle remedio. Camina unos metros y lanza la moneda tan lejos como puede, a la otra punta de un descampado lleno de maleza. Es hora de volver a casa.

    Sube las escaleras lamentándose por un día tan malo. Abre la puerta decidido a investigar sobre la relación de las monedas con la suerte, dispuesto a descubrir cual ha sido el error, el fallo numismático que lo ha empujado a un día desastroso. Pero la investigación termina de golpe al verse en el espejo de cuerpo entero del recibidor.

    Con la sangre helada, mete una mano temblorosa en el bolsillo y acaricia su último caramelo de menta, pensando que gracias a esos caramelos había tosido por última vez bajando las escaleras de casa, pronto por la mañana. Y es que ahí, delante de él, está el cruel monstruo causante de su derrota. Al primer vistazo le ha llamado la atención, como un foco en medio de la oscura penumbra. Pegado al cuello de su chaqueta, casi rozando la camisa. Del tamaño de al menos tres veces la moneda de la que se ha deshecho hace apenas unos minutos está ese terrible gargajo, ésa flema amarillenta y viscosa. Un esputo condenatorio que casi brilla con luz propia y que, cual tiovivo luminoso en la plaza de una aldea cuando cae la noche, de seguro ha llamado la atención de todos aquellos con cuantos se ha cruzado, al tiempo que ha permanecido oculto para él mismo en ése punto ciego que todos tenemos entre nariz y pecho propios. Ése lugar del cuerpo, ahora tan siniestro, que sólo podemos ver si tenemos un espejo.

                                                                                                                              

UN BATIDO CON SARA

(Ejercicio propuesto, "Amores raros". Autora: Sonia)


El minutero del reloj de la puerta de llegadas parecía cansado, le costaba avanzar, no como a mi corazón, que bombeaba sangre a un ritmo desenfrenado pese a que llevaba sentado en el mismo asiento hora y cuarto.

En cualquier momento se abriría la puerta y la vería, no tenía claro cómo debía reaccionar:

- ¿La abrazo?, ¿dos besos?, ¿o me lanzo y le doy un beso apasionado? No, quizás demasiado brusco para un primer encuentro, mejor no lo pienso y me dejo llevar.

Tan ensimismado estaba con mis pensamientos que no fui consciente de que los pasajeros ya estaban saliendo.

-Hola Carlos.

Me costó reaccionar. Balbuceé un hola poco acorde a mi edad y me quedé

mirándola sin más. Debió de darse cuenta de mi nerviosismo y decidió dar ella el primer paso; gracias a Dios.

Me dio un abrazo lento y sincero, noté que su corazón latía de forma suave y

regular, diciéndome que estuviera tranquilo, que todo iría bien. Mi corazón decidió copiar al suyo y bajó los latidos hasta acoplarse a la suave melodía.

Por fin estábamos juntos, después de tanto tiempo.

Pensé que lo mejor para romper el hielo era ir al cine, así nos acostumbrábamos a estar juntos, pero sin la incomodidad de no saber que decir, y durante la cena, podríamos comentar la película y de ahí irían surgiendo los temas de

conversación.

Era curioso, la de horas que habíamos pasado hablando por teléfono y por videollamada (contándonos intimidades, riendo y bromeando como adolescentes) y ahora no sabía empezar una conversación con ella.

- Pero ¿qué te pasa Carlos? Es ella, te ha costado mucho encontrarla y por fin la tienes aquí. ¿Acaso quieres perderla? Espabila y ponte las pilas, saca tu ingenio y humor; ya sabes que le encantan tus chistes y a ti te vuelve loco escucharla reír.

A la salida del cine ya estaba más relajado y me animé a cogerle la mano, a ella le gustó y se acercó más a mí. Podía sentir el latido en los tendones de su muñeca, era más rápido que el mío; ahora era yo quien tenía el control y eso me excitaba.


Durante la cena, desplegué todos mis encantos, he de reconocer que el vino ayudó. Ella reía sin reparos ante mis chistes y yo decidí sacar la artillería pesada, la que hacía que se volviera loca de verdad y la que me aseguraba sexo.

Le conté mi mejor historia, la del adolescente pajillero destripado por una piscina, se la había contado miles de veces y ella siempre se descojonaba como si fuera la primera vez que la escuchaba, no fallaba.

Pero está vez la cosa era diferente. Mientras iba narrando la historia,

acompañándola de un exquisito lenguaje no verbal estudiado y ensayado, su

semblante cambiaba; no como yo desde luego esperaba. Estaba incómoda, dejó de comer y sobre todo de reír.

-  Estás bien? ¿Ǫué ocurre?

-  Por qué me cuentas esa historia?

- Porque a ti te encanta. Ǫuizás no ha sido mi mejor interpretación o quizás te falta beber más vino.

- Sabes que apenas puedo beber y no, no me gusta, es horrible y nauseabunda. ¿A quién en su sano juicio le podría hacer gracia algo así?

Estaba descolocado, igual, había cambiado algo de la historia sin darme cuenta y a ella no le había gustado ese cambio; hacía mucho tiempo que no se la contaba. Puede que se hubiera molestado porque era una de mis formas sutiles de decirle que la deseaba y pensó que estaba yendo muy rápido...Mejor no darle vueltas y retomar las riendas.

- Lo siento. Tenía muchas ganas de que llegara este momento y los nervios me traicionan. Te echaba de menos.

pesar la tranquilizó, me cogió la mano y me acarició suavemente. Los dos volvimos a reír. El resto de la cena transcurrió sin más repercusión.

Durante el trayecto a casa, nos pusimos cariñosos y los besos llegaron, pasando de suaves y delicados a voraces y salvajes.

Ya en casa, el ansia, nos convirtió en dos bestias en celo; no quedaba rastro de pudor o recato.

La tiré sobre la cama y ella me sonrió con lascivia mientras comenzaba a

desabrocharse el pantalón. No había nada que le gustase más que la dominara, así que abrí el cajón en busca de la cuerda con la que solía amarrarla a los barrotes de la cama.

-Carlos, que vas a hacer con eso?


-Um, así que quieres jugar a que eres una pobre niña tímida y asustada. Por eso en la cena has fingido que te molestaba mi historia...como sabes ponerme a mil Sara.

- Pero ¿qué estás diciendo? ¿Ǫuién es Sara? Me estás asustando, para por favor. Sabes que mi estado de salud es delicado y no debo sobre saltarme.

- Pobre niña delicada, yo te voy a cuidar -le decía mientras iba amarrando sus muñecas.

Volví a sentir el latido en sus tendones, rápido, muy rápido. Estábamos muy

excitados. Ella no paraba de removerse mientras me suplicaba que la dejara, que no le hiciera daño, complicando me el amarre. Era parte del juego; la pobre niña a merced del monstruo sexual.

Pero empezó a gritar fuerte, le pedí que parara, que eso no formaba parte del juego y que los vecinos podrían asustarse. Pero ella no cesó, al contrario, comenzó a

gritar más y más fuerte.

-Sara por favor calla, ¿por qué te pones así? Hemos hecho esto miles de veces.

- ¡No soy Sara! - me gritaba ella una y otra vez mientras sollozaba. Cuando de pronto, todo cambió.

¿Ǫuién era esa desconocida que estaba atada en mi cama? Desde luego no era mi Sara: esa piel era más clara y el cuerpo más fino, nada que ver con la

voluptuosidad de mi amada.

¿Ǫué estaba pasando? Entré en pánico al ver a una extraña gritando en mi cama, que no quería tranquilizarse y que iba a despertar a todo el edificio.

Os juro que no quise hacerle daño.

Instintivamente cogí mi trofeo de ajedrez que tenía en la mesita de noche y le golpeé fuertemente en la cabeza dejándola inconsciente.

La paz envolvió la habitación; era placentero dejar de escuchar esos gritos desesperados.

Empecé a llorar desconsolado, no por lo que había hecho, si no por comprender que había vuelto a perder a Sara. Abracé el cuerpo de esa extraña buscando algo de consuelo y ahí estaba otra vez, su latido, el de mi Sara diciéndome que no me preocupara que ella estaba conmigo.

Rompí la camisa de la desconocida con celeridad y emoción, como un niño abriendo su regalo el día de Navidad. Acaricié la bonita y aún no curtida cicatriz del pecho; debajo me esperaba ella, mi amor.


Latió más fuerte al notarme más cerca, estábamos muy felices de nuestro

reencuentro. Habían pasado dos años desde aquel accidente que truncó nuestros planes y nos separó.

Pensé que Sara merecía una velada especial: una cena romántica y una charla de verdad; no como la que había tenido con aquella chica un par de horas antes.

Me esmeré en preparar su plato favorito, escoger la música adecuada y en adornar la mesa y por supuesto, me acicalé como la ocasión requería.

Pero algo fallaba, Sara no podía ver todo eso atrapada en ese torso enjuto; tenía que liberarla.

Cogí de mi caja de herramientas el cúter, la sierra y el martillo y como un héroe de cuento de princesas, me dispuse a liberar a mi bella amada de su cárcel de

músculos y huesos.

No fue tarea fácil, ya que no quería hacerle daño y que dejara de latir, por suerte encontré un tutorial de YouTube de como operar a corazón abierto y me las pude apañar. El doctor House me felicitaría sin duda.

Para que siguiera bombeando, no lo extraje de la caja torácica, simplemente abrí las costillas para poder contemplarlo. Era muy hermoso. Era de esperar, pues mi Sara siempre había sido un bellezón. Con cada latido sentía que ella me daba las gracias por liberarla y me decía lo mucho que me amaba.

Extraje cuidadosamente las pocas prendas que llevaba encima la parásita, y le puse el vestido favorito de Sara haciéndole una abertura en la zona del pecho para que mi princesa pudiese verlo todo. Estaba preciosa y muy feliz.

La senté en su lado de la mesa, le serví vino, mi esmerada cena y tuvimos una conversación muy placentera. Cuando el vino ya hizo su efecto, volví a contar la

historia del adolescente pajillero y si, esta vez que río como una loca, tanto que me excitó muchísimo.

Me levanté de mi silla y la tumbé sobre la mesa dispuesto a hacerle el amor, levanté el vestido, no hizo falta bajarle las bragas ya que obvié ponérselas; Sara siempre acudía a nuestras citas sin ellas para mantenerme caliente. Un discreto arremangue del volante por su parte y me volvía loco al contemplar el cielo.

Empecé suave, para deleitarme con cada embestida, pero dos años sin sexo eran demasiados y no pude contenerme. Arremetí con pasión, las acometidas eran cada vez más fuertes y violentas. Sara latía rápido, haciéndome saber que el

orgasmo se avecinaba.

La besé con voracidad, sus besos eran cálidos, húmedos y sabían a hierro. Me corrí en el instante que ella dejó de latir; habíamos llegado juntos al clímax.


Me dejé caer en la silla para retomar el aliento y de nuevo volvió la pena; Sara se había vuelto a ir. Regresó para despedirse y dejarme un bonito recuerdo.

Pero no, está vez no la dejaría marchar, estaríamos juntos por siempre.

Volví a por las herramientas y extraje el corazón de Sara del cuerpo de la parásita; aún estaba caliente.

Fui a la cocina y monté mi batidora de vaso, por fin iba a darle uso. Puse con

delicadeza el corazón de Sara en su interior, lo especié con canela y cacao, ya que a ella le encantaba, y lo puse en marcha.

Al principio le costó hacer su función, las cuchillas tropezaban con los tendones y se paraban. Le añadí leche y puse la batidora a máxima potencia; Sara se mezcló con el resto de los ingredientes en un hipnótico baile.

- Perdóname Sara, te prometí que nunca te rompería el corazón. La reír desde el vaso al que la había trasvasado.

Delicioso, sabía bien hasta en batido, era perfecta. Ahora, estaríamos juntos por siempre.

Unidos en sangre, cuerpo y alma.


EL JARRÓN DE LA ABUELA

(Propuesta: Escribir una carta o un mensaje a alguien diciéndole algo que resultaría difícil decírselo a la cara. Autora: ANTONIA G.A.)     ...