(Ejercicio propuesto, "Amores raros". Autora: Sonia)
El minutero del reloj de la puerta
de llegadas parecía
cansado, le costaba
avanzar, no como
a mi corazón, que bombeaba
sangre a un ritmo desenfrenado pese a que
llevaba sentado en el mismo
asiento hora y cuarto.
En cualquier momento se abriría
la puerta y la vería,
no tenía claro
cómo debía reaccionar:
- ¿La abrazo?, ¿dos
besos?, ¿o me lanzo y le doy un beso
apasionado? No, quizás
demasiado brusco para un primer encuentro, mejor
no lo pienso y me dejo llevar.
Tan ensimismado estaba con mis pensamientos que no fui consciente de que los pasajeros ya estaban saliendo.
-Hola Carlos.
Me costó reaccionar. Balbuceé un hola poco acorde a mi edad y me quedé
mirándola sin
más. Debió de darse cuenta
de mi nerviosismo y decidió
dar ella el primer paso;
gracias a Dios.
Me dio un abrazo lento y sincero, noté
que su corazón
latía de forma
suave y
regular,
diciéndome que estuviera tranquilo, que todo iría
bien. Mi corazón
decidió copiar al suyo y bajó los latidos hasta
acoplarse a la suave melodía.
Por fin estábamos
juntos, después de tanto tiempo.
Pensé que
lo mejor para
romper el hielo
era ir al cine, así nos acostumbrábamos a estar juntos,
pero sin la incomodidad de no saber que decir, y durante la cena, podríamos comentar la película y de ahí irían surgiendo los temas de
conversación.
Era curioso, la de horas
que habíamos pasado
hablando por teléfono
y por videollamada (contándonos intimidades, riendo y bromeando como adolescentes) y ahora no sabía empezar
una conversación con ella.
- Pero
¿qué te pasa Carlos? Es ella, te ha costado
mucho encontrarla y por fin la tienes
aquí. ¿Acaso quieres
perderla? Espabila y ponte las pilas, saca
tu ingenio y humor; ya sabes que le encantan tus chistes y a ti te vuelve
loco escucharla reír.
A la salida del cine ya estaba más relajado y me animé
a cogerle la mano, a ella le gustó y se acercó
más a mí. Podía sentir
el latido en los tendones
de su muñeca, era más rápido
que el mío; ahora era yo quien tenía el control y eso me excitaba.
Durante la cena,
desplegué todos mis encantos, he de reconocer que el vino ayudó.
Ella reía sin reparos ante
mis chistes y yo decidí
sacar la artillería pesada, la que hacía que se volviera
loca de verdad y la que me aseguraba sexo.
Le conté mi mejor historia, la del adolescente pajillero destripado por una piscina, se la había
contado miles de veces y ella siempre
se descojonaba como si fuera
la primera vez que la escuchaba, no fallaba.
Pero está vez la cosa era diferente. Mientras iba narrando la historia,
acompañándola de un exquisito lenguaje
no verbal estudiado y ensayado, su
semblante cambiaba; no como yo desde luego
esperaba. Estaba incómoda, dejó de comer
y sobre todo de reír.
- Estás bien? ¿Ǫué ocurre?
- Por qué me cuentas
esa historia?
- Porque a ti te encanta. Ǫuizás
no ha sido mi mejor
interpretación o quizás
te falta beber
más vino.
- Sabes que apenas puedo beber
y no, no me gusta,
es horrible y nauseabunda. ¿A quién en su sano
juicio le podría
hacer gracia algo
así?
Estaba descolocado, igual, había cambiado
algo de la historia sin darme cuenta
y a ella no le había gustado
ese cambio; hacía
mucho tiempo que no se la contaba. Puede que se hubiera molestado porque era una de mis formas sutiles
de decirle que la deseaba y pensó que estaba yendo muy rápido...Mejor no darle vueltas
y retomar las
riendas.
- Lo siento. Tenía muchas ganas de que llegara este momento y
los nervios me traicionan. Te echaba de menos.
Mí pesar
la tranquilizó, me cogió la mano y me acarició suavemente. Los dos volvimos a reír. El resto de la cena transcurrió sin
más repercusión.
Durante el trayecto a casa, nos pusimos cariñosos y los besos
llegaron, pasando de suaves y delicados a voraces y salvajes.
Ya en casa, el ansia, nos convirtió en dos bestias
en celo; no quedaba rastro
de pudor o recato.
La tiré sobre la cama y ella me sonrió con lascivia mientras comenzaba a
desabrocharse el pantalón. No había nada
que le gustase más que
la dominara, así que abrí el cajón en busca de la
cuerda con la que solía amarrarla a los barrotes de la cama.
-Carlos, que vas a hacer con eso?
-Um, así que quieres
jugar a que eres una pobre niña
tímida y asustada. Por eso en la cena
has fingido que te molestaba mi historia...como sabes
ponerme a mil Sara.
- Pero ¿qué estás diciendo? ¿Ǫuién es Sara? Me
estás asustando, para por favor.
Sabes que mi estado de salud es delicado y no debo
sobre saltarme.
- Pobre niña
delicada, yo te voy a cuidar -le decía mientras iba amarrando sus muñecas.
Volví a sentir
el latido en sus tendones, rápido,
muy rápido. Estábamos muy
excitados. Ella
no paraba de removerse mientras
me suplicaba que la dejara,
que no le hiciera
daño, complicando me el amarre.
Era parte del
juego; la pobre
niña a merced del monstruo sexual.
Pero empezó a gritar fuerte,
le pedí que parara, que eso no formaba parte del juego
y que los
vecinos podrían asustarse. Pero ella no cesó, al contrario, comenzó
a
gritar más y más fuerte.
-Sara por favor calla,
¿por qué te pones así?
Hemos hecho esto
miles de veces.
- ¡No soy Sara! - me gritaba ella una y otra vez mientras sollozaba. Cuando de pronto, todo cambió.
¿Ǫuién era
esa desconocida que estaba atada
en mi cama? Desde luego
no era mi Sara: esa piel era más clara
y el cuerpo más fino,
nada que ver con la
voluptuosidad de mi amada.
¿Ǫué estaba
pasando? Entré en pánico al ver a una extraña gritando en mi cama,
que no quería
tranquilizarse y que iba a despertar a todo el edificio.
Os juro que no quise hacerle
daño.
Instintivamente cogí mi trofeo de ajedrez que tenía en la mesita de noche y le golpeé
fuertemente en la cabeza dejándola inconsciente.
La paz envolvió la habitación; era placentero dejar
de escuchar esos
gritos desesperados.
Empecé a llorar
desconsolado, no por lo que había hecho,
si no por comprender que había vuelto a perder a Sara. Abracé
el cuerpo de esa extraña
buscando algo de consuelo y ahí estaba
otra vez, su latido, el de mi Sara diciéndome que no me preocupara que ella estaba
conmigo.
Rompí la camisa
de la desconocida con celeridad y emoción, como un niño abriendo su regalo
el día de Navidad. Acaricié
la bonita y aún no curtida cicatriz del pecho; debajo
me esperaba ella,
mi amor.
Latió más fuerte al notarme más cerca, estábamos muy felices de nuestro
reencuentro. Habían
pasado dos años
desde aquel accidente que truncó nuestros
planes y nos
separó.
Pensé que Sara merecía
una velada especial: una cena romántica y una charla
de verdad; no como la que había
tenido con aquella
chica un par de horas
antes.
Me esmeré
en preparar su plato favorito, escoger la música
adecuada y en adornar la mesa y por supuesto, me acicalé como
la ocasión requería.
Pero algo fallaba,
Sara no podía ver todo eso atrapada en ese torso enjuto; tenía que liberarla.
Cogí de mi caja de herramientas el cúter, la sierra y el martillo y como un héroe de cuento de princesas, me dispuse a liberar a mi bella
amada de su cárcel de
músculos y huesos.
No fue tarea
fácil, ya que no quería hacerle daño y que dejara de latir, por suerte encontré un tutorial de YouTube de como operar a corazón abierto y me las pude apañar.
El doctor House
me felicitaría sin duda.
Para que siguiera bombeando, no lo extraje
de la caja torácica, simplemente abrí las costillas
para poder contemplarlo. Era muy hermoso. Era de esperar, pues mi Sara siempre había
sido un bellezón. Con cada latido
sentía que ella me daba las gracias
por liberarla y me decía
lo mucho que me amaba.
Extraje
cuidadosamente las pocas prendas que llevaba encima la parásita, y le puse el vestido favorito
de Sara haciéndole una abertura en la zona
del pecho para
que mi princesa pudiese verlo todo.
Estaba preciosa y muy feliz.
La senté
en su lado de la mesa, le serví vino,
mi esmerada cena
y tuvimos una conversación muy placentera. Cuando
el vino ya hizo su efecto, volví
a contar la
historia del adolescente pajillero y si, esta
vez sí que río como
una loca, tanto
que me excitó muchísimo.
Me levanté de
mi silla y la tumbé sobre la mesa dispuesto a hacerle el amor, levanté el vestido, no hizo falta bajarle las bragas ya que obvié ponérselas; Sara
siempre acudía a nuestras citas
sin ellas para mantenerme caliente. Un discreto arremangue del volante por su parte
y me volvía loco al contemplar el cielo.
Empecé suave,
para deleitarme con cada embestida, pero dos años
sin sexo eran demasiados
y no pude contenerme. Arremetí con pasión, las acometidas eran cada vez más fuertes y violentas. Sara latía rápido,
haciéndome saber que el
orgasmo se avecinaba.
La besé
con voracidad, sus besos eran
cálidos, húmedos y sabían a hierro. Me corrí en el instante
que ella dejó
de latir; habíamos
llegado juntos al clímax.
Me dejé caer en la silla para retomar
el aliento y de nuevo
volvió la pena;
Sara se había vuelto a ir. Regresó para despedirse y dejarme un bonito recuerdo.
Pero no, está vez no la dejaría
marchar, estaríamos juntos por siempre.
Volví
a por las herramientas y extraje el corazón de Sara del cuerpo de la parásita; aún estaba caliente.
Fui a la cocina y monté mi batidora de vaso, por fin iba a darle
uso. Puse con
delicadeza el corazón de Sara en su interior, lo especié con canela y cacao, ya que a ella le encantaba, y lo puse
en marcha.
Al principio le costó hacer su función,
las cuchillas tropezaban con los tendones
y se paraban. Le añadí
leche y puse
la batidora a máxima potencia; Sara se mezcló
con el resto de los
ingredientes en un hipnótico baile.
- Perdóname Sara, te prometí que nunca te rompería
el corazón. La oí reír desde el vaso al que la había trasvasado.
Delicioso, sabía
bien hasta en batido, era perfecta. Ahora, estaríamos juntos por siempre.
Unidos en sangre, cuerpo y alma.