COLORÍN, COLORADO (Antonia G.A)

El flechazo fue mutuo. Se lo trajo su abuelo cuando volvió de veranear en el pueblo. Sabía que
a su nieta le gustaban los animales, la había observado jugando con los renacuajos de la
acequia, los domingos, cuando iba toda la familia al campo de naranjos cerca de la ciudad;
también, en otras ocasiones, la veía rodeada de gatos callejeros en la puerta de su casa.
—Pajarico seas y en manos de un niño te veas —Eva oyó decir a su padre, para
disuadirla, el día que le pidió uno como regalo de cumpleaños. En aquella ocasión lo entendió,
sabía que él era un acérrimo defensor de los animales y de respetar su libertad. Pero ahora era
diferente.
Fue amor a primera vista. La magia se produjo cuando el abuelo le enseñó la jaula,
colgando de su mano, con un precioso pájaro de colores en su interior. Le dijo que era un
colorín. El ave, inmediatamente fijó su atención en la niña. Ella miraba esos ojos negros que
destacaban de una luminosa mancha roja que rodeaba su pico. Después de cruzar sus miradas
durante un prolongado instante, el pájaro, de pronto, comenzó a emitir un intenso canto. La
pequeña corrió a cerrar las ventanas de la casa y abrió la puerta de la jaula; que continuaba
colgando de la mano del sorprendido abuelo, convencido este de que se había producido
una especie de comunicación entre el pequeño animal y su nieta. El jilguero; ese le explicó el
abuelo que era otra manera de llamarlo, después de revolotear por toda la casa sin parar de
emitir trinos, se posó sobre el hombro de la niña frotándole la cabecita y su pico de tanto en
tanto.
Durante sus siete años de vida, fue el lugar de reposo preferido del ave cuando
regresaba de sus incursiones en el exterior. Juntos, solían pasear por el parque cercano a
casa. Cuando llegaba del colegio, Eva lanzaba la mochila encima del sofá y, dando un silbido
que había estado practicando con su abuelo, el colorín, con un alegre trino, salía de la jaula,
que tenía permanentemente abierta, y acudía a su encuentro.
Pasó el tiempo y, ahora ya sin el revoloteo de su amado, todos en casa se cuestionaban
el continuo fracaso de las cortas relaciones de pareja de Eva, que las daba por terminadas con
un rotundo “Pío, Pío”. Todos a excepción del abuelo quien, a pesar de su ya deteriorada
memoria, tras una mirada de complicidad que le hacía regresar al presente cuando su nieta
ponía punto final a cada una de ellas, la acogía entre sus brazos susurrándole al oído: —Y
colorín, colorado, mi niña, este cuento se ha acabado.

EL JARRÓN DE LA ABUELA

(Propuesta: Escribir una carta o un mensaje a alguien diciéndole algo que resultaría difícil decírselo a la cara. Autora: ANTONIA G.A.)     ...