(Propuesta: Escribir un relato en el que, el protagonista que cada cual se invente, se encuentre una moneda que se le ha caído a alguien; la moneda no es de curso legal).
Vio brillar algo en el suelo y su espíritu de urraca la hizo agacharse y cogerlo. Parecía
una moneda y cerró el puño, era demasiado pequeña para ser un euro. Apretó el paso, se
acercaba el autobús a la parada y no quería perderlo. Ya sentada abrió la mano y vio que era
un duro de Alfonso XIII de plata, seguro que valía mucho dinero. Sonrió pensando en la
suerte, que esto era una señal de que las cosas iban a ir bien.
Poner una frutería no era cosa baladí , además de alquilar un local con las condiciones
debidas, los permisos del ayuntamiento, sanidad, hacienda y por último los proveedores, la
habían dejado sin ahorros. Lo último que le quedaba era el cambio para empezar aquella
misma mañana. Sonrió pensando que era una señal de buena suerte y si dinero llama dinero
la pondría en el cajón del cambio.
Y así pasó Alfonsito de estar encerrado en una caja como recuerdo de ya no recuerda
qué, al bolsillo de una adolescente que al sacar el móvil le dejó caer en la acera. Qué horas
tan terribles a la intemperie para un rey; la pisó una rueda de moto, le dieron una patada... qué
horas de angustia hasta que una cálida mano la recogió.
Qué bien se siente en este cajón que no para de abrirse. Ha conocido a su bisnieto
Felipe y parece que las cosas le van bien. Monedas y billetes entran y salen, los billetes más
tiesos se niegan a darle información, pero Felipe le cuenta que al yayo Juan no le dejaron
reinar, que se murió de viejo siendo infante, pero se resignó y cedió el cargo a su hijo, «tu
nieto Juan Carlos»; a éste le lavó el cerebro el caudillo, pero sólo por un tiempo, «papá es
muy campechano, en eso se parece a ti». Y muy demócrata, lo mismo se lía con una niña
bien que con una corista.
«En los negocios se parece a María Cristina, tu madre. Como a ella, se le fue la mano
y terminaron echándole por chorizo y putero. Ya sabes que al pueblo le gusta ponernos
motes; a mí me dicen el preparao, con cierta sorna. Ya sabes lo que es la plebe. Yo he
terminado de construir la democracia, mi comportamiento es ejemplar, mis modales
exquisitos. Me casé con una plebeya divorciada, ¿se puede ser mas demócrata? No necesitaré
referéndum para que mi hija reine. ¿Quién te iba a decir, bisabuelo, que tu tataranieta está
haciendo la mili?, que se está preparando para salir de perfil en las fotos, que ya entiende de
moda. En fin yayo, no te preocupes, el negocio nunca ha estado en mejores manos.»